- Entonces... ¿lo hiciste?
- Sí.
- Y... ¿no te tembló el pulso? ¿Así, sin más?
- Bueno, así, sin más, tampoco. Pero no resultó tan complicado. Sólo hay que echarle ganas.
- Vaya... no lo esperaba... es decir, había oído que la primera vez cuesta un poco, uno se pone nervioso, ve las cosas de otro modo. Ya sabes, el pánico del primerizo.
- Sí, y en realidad algo de eso hubo, no creas. Estás ahí, con la mente fija y concentrada... las imágenes se suceden, es fácil que un pensamiento turbe tu mente. Uno, o más de uno... De todos modos, si se actúa con decisión... Dicen que después sólo es uno más, que se recuerda hasta con cariño.
- Es curioso, en una ocasión me contaron una historia parecida. En fin... se me hace tarde.
- Cierto, va siendo hora de cerrar el chiringuito. Ahora vuelvo, voy al cuarto de contadores. ¿Sabes?, creo que hay una o dos ratas por aquí, me entran escalofríos sólo de pensarlo...
- Son bichos repugnantes. Me marcho, disfruta de tus ratas.
- Lo haré, saluda a Moira de mi parte. ¿Sigue haciendo esos pasteles de cereza tan deliciosos?
Se levantó de la silla y la colocó suavemente contra la mesa. Recogió los naipes y los guardó cuidadosamente en el bolsillo derecho de su chaqueta. Avanzó unos pasos y alcanzó el sombrero del perchero junto a la ventana. Siempre le había gustado la imagen que proyectaba con él puesto, la parafernalia que entrañaba quitárselo y ponérselo, todo aquello que lo rodeaba. Una cabeza sin sombrero era como un una mujer que gustaba de enseñar sus virtudes, muy poco elegante. Eso pensaba.
Salió del edificio. Al cabo de un par de minutos se detuvo. Sacó una pipa con la cazoleta aún caliente. Un fósforo fue suficiente para reavivar el fuego. En su bolsillo izquierdo, el Apocalipsis. A sus espaldas, el Infierno. No miró hacia atrás, no hacía falta.
Había olvidado su primera vez.
1 comentario:
Como ya te dije, muy bien. Menos recargado que de costumbre y más ágil.
Muy bien mouchacho, sigue asín.
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